En lo más profundo de nuestro cerebro tenemos una zona muy importante del tamaño de una almendra que se llama la amígdala. Ésta está involucrada en la gestión de nuestras emociones, la que se activa cuando hay algo que me gusta y cuando hay algo que no me gusta.
Esto se descubrió en 1984 en la Universidad de Nueva York y desde entonces es el centro de las emociones por excelencia. Esa misma universidad descubrió que la amígdala tiene otra peculiaridad, es que es un detector de alarmas. Cuando hay algo que le parece alarmante, que nos pone en peligro, se activa de una forma muy fuerte y activa una carretera secundaria. No respeta la jerarquía del cerebro y accede directamente a la corteza frontal. Ésta última es la que está involucrada en la gestión de nuestra conducta. La corteza frontal está categorizada como el cuartel general del cerebro. Cuando hay algo que nos da mucho miedo o tiene una emoción muy fuerte, la amígdala toma el control de la corteza prefrontal, donde se bloquean los demás sistemas y nada más existe. Sólo se procesa la información en la que está involucrada la amígdala.
Funciones beneficiosas
Ésta tiene una función beneficiosa cuando surge un accidente y tenemos que solucionar y responder de inmediato ante un situación. Lo que sucede es que cuando estamos ante un estrés crónico o ansiedad continuada, la amígdala detecta alarmas donde no las hay. Nos enfadamos ante un motivo que a lo mejor no lo merece, vemos cosas negativas por todos lados y somos muy reactivos emocionalmente. Lo que ocurre es que ante un estrés crónico y/o ansiedad prolongada en el tiempo la amígdala se hipertrofia, su volumen aumenta. Es más grande de lo que debería ser, donde las neuronas que componen esta región están hiperactivas, donde éstas comienzan a emitir descargas eléctricas sin parar generando un gran consumo hemodinámico. Lo que en un principio era una ventaja para nosotros se convierte en una de las mayores fuentes de insatisfacción vital. Pues nos encontramos constantemente irascibles, viendo problemas donde no los hay, porque la amígdala ha bajado su umbral para detectar esas alarmas.
Los neurocientíficos comienzan a encontrar cambios en la estructura del cerebro con una práctica regular de meditación. Se observa a través de investigación científica cómo el cerebro empieza a moldear y regular el sistema nervioso, en este caso la amígdala. Con la práctica meditativa regular después de los dos meses es cuando se empiezan a observar zonas que aumentan, zonas que disminuyen y conexiones que se generan.
La respiración y el cerebro
La respiración afecta a nuestro cerebro, cada vez que inspiramos la hemodinámica del cerebro cambia. Se entiende como hemodinamia la dinámica de la sangre en el interior de la estructuras sanguíneas como arterias, arteriolas y vénulas. La respiración es muy relevante para las áreas del cerebro como el hipocampo (memoria), la corteza prefrontal (conducta)l, la amígdala (emociones). El hecho de observar la respiración aumenta la influencia que ya de por sí tiene ésta sobre el cerebro. Cuando la observamos nos trasladamos al momento presente y estamos observándonos a nosotros mismos.
La neuroplasticidad nos permite incorporar hábitos que nosotros no creíamos. En la Grecia clásica, Plotino decía: “ no soy como soy, sino como estoy acostumbrado a ser”. Y 2.000 años más tarde, Ramón Y Cajal decía que: “todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro”.
Otra razón por lo que es importante regular nuestra amígdala es que se descubrió en 2015 que para que nosotros podamos percibir lo que está sucediendo, el corazón y el cerebro se tienen que comunicar. Cada vez que nuestro corazón emite un latido, las neuronas de nuestro cerebro tienen que cambiar su ritmo eléctrico. Gracias a esa comunicación nosotros podemos percibir lo que pasa y si no existe esa interacción no podemos saber lo que pasa. Una de las puertas que usa el corazón para acceder al cerebro es la amígdala.
Las enseñanzas antiguas y, más tarde, la neurociencia corroboró que cuando aprendemos a conocernos, nos convertimos en escultores de nuestra propia escultura.